lunes, 18 de septiembre de 2017

La vida de blanco - Arhelyn

Dos semanas han pasado desde que entré a la torre. Dos semanas atrás creí conocer la palabra “disciplina” y suponía que estudiar lo que uno eligiera sería más sencillo. Creía también que las mujeres gordas no tenían fuerza… Qué equivocada estaba.
                El primer día fue maravilloso. Luego de que la novicia me mostrara mi habitación, llegó una aceptada para entregarme una túnica blanca y escarpines blancos. Me dijo que debía guardar toda mi ropa, incluida la ropa interior y que solo vestiría de blanco mientras fuera una novicia… Yo, ¡que detesto el blanco! Es un color sin vida, sin personalidad… pero eso fue lo único feo que viví.
                Luego llamaron a mi puerta, y entró la misma novicia que me acompañó al estudio de Iandara Sedai. Me dijo que la habían asignado para que fuera mi guía y me mostró toda la torre.
                Me obligó a memorizarla, diciendo que si me retrasaba con algo sería castigada. No contenta con eso agregó: “si olvidas una reverencia serás castigada, si te ven encauzando sin permiso, si sales de la Torre, si no mantienes limpio tu cuarto...”. y continuó con una lista enorme, para terminar diciendo que a ella la habían castigado solo por hablar.
_¿Por hablar? –pregunté sorprendida.
_Bueno… -agregó en tono confidente la joven-, es que siempre me toca guiar novicias nuevas. Y se me ocurrió preguntarle a la antigua maestra si le dejaba a la nueva muchacha en el escritorio…
                Tras esto, estallamos en carcajadas, molestando a dos hermanas rojas que nos miraron feo por interrumpirlas; pero antes de que pudieran siquiera hablarnos, nos inclinamos en dos perfectas reverencias  y nos fuimos al jardín de las novicias caminando muy, muy rápido… Casi corriendo… ¡En realidad corrimos! Luz, casi podía sentir sus miradas en la espalda y escuchar sus voces aplicándonos uno de esos temibles castigos que, gracias a la luz, fueron solo imaginaciones mías y llegamos al jardín invictas, sudorosas y resoplando.
                El día siguiente empezó antes de salir el sol. Levantarse, hacer la cama, fregar el suelo de rodillas como cualquier criada… con mis padres empeñados en ser nobles, jamás tomé una fregona en mi vida, y nunca supe lo que es tener las manos ásperas de tanto limpiar hasta ahora. Aun así, cuando vinieron a supervisar mi labor me dijeron que el suelo me había quedado manchado, que la cama tenía arrugas y que había ensuciado mi vestido: “como si una limpiara desde que nació”, respondí a la joven. Era una chica alta y desgarbada como un hombre; usaba su cabello corto, y el vestido blanco con la cenefa de los siete colores parecía fuera de lugar en ella: su cuerpo pedía a gritos llevar pantalones, y su forma de caminar, unas buenas botas de montar. Esa aceptada era con creces  la mujer menos femenina que he visto en mi vida. Supuse que con ella podía ser un poco yo. Vamos que no todo el mundo iba a darme órdenes  aquí, después de todo soy una estudiante, no una prisionera…
_Vaya, ¿se te han pegado los modales de tu guía? ¿o es que en Cairhien no les enseñan a respetar a los superiores? –me miró por encima del hombro y sonrió, la maldita aceptada estaba disfrutando con esto-. En primer lugar lo que hacías antes de vestir de blanco se quedó en esos vestidos que ya no usas; en segundo lugar, pequeña, no me he esforzado tanto para que venga una mocosa con ínfulas de grandeza a hablarme como se le hablaría a una hermana menor molestosa; en tercer lugar, acá todas limpian, todas son iguales, todas son novicias que actúan como novicias: limpian como novicias, hablan como novicias, y respetan lo que llevo en mi dedo –señaló su anillo de la gran serpiente, símbolo que, noté, ninguna de nosotras llevaba-. Para que no lo olvides, apenas tengas  un momento libre te presentarás donde Iandara Sedai. Yo le informaré de esto para asegurarme de que se te corrige como corresponde. Ahora, mi lady, más os vale limpiar como corresponde y cambiaros lo antes posible si deseáis desayunar.
                Asintió para dar más poder a sus palabras, mientras su sonrisa irónica dejaba muy en claro lo que opinaba de mí. Luego se dio la vuelta, salió de mi cuarto y cerró dando un portazo. Entonces oí su ronca voz corregir a otra novicia…, otro “irás a ver a Iandara Sedai”, otro portazo que subrayaba la “dulzura” que la caracterizaba.
                Suspiré, me quité el vestido y empecé a fregar de rodillas rápidamente. La noche anterior no había podido probar bocado por la excitación de lo alcanzado y ahora tenía un hambre típica de habitante de extramuros y, al parecer me esperaba un largo, largo día.
                En el estudio de Iandara Sedai se me dio un larguísimo sermón de la correcta conducta de una novicia; un kilométrico discurso de la importancia de ser disciplinada, templada, de borrar mi falta de respeto, mis recuerdos del hogar, mi pereza. ¿pereza yo? ¡No era justo! Noes mi culpa que mis padres jamás me hubieran dejado tocar un artículo de limpieza; lo cual no significaba que no hubiera estado limpiando todo el rato, esforzándome por hacer lo mejor. En conclusión, y para que no sea tan largo el mal trago de mi segundo día en la Torre, me indicó que luego de almorzar, yo no tendría clases, si no que iría con Laras para que ella me enseñara a limpiar como era debido hasta que ella misma lo estime conveniente.
                Mis actividades, mi rutina, quedó establecida de la siguiente manera: por las mañanas me levanto, y caigo de rodillas al suelo para limpiar en ropa interior. No estoy segura de que no vuelva a manchar mi vestido (que luego debo lavar yo misma), así que no quiero arriesgarme y darme más trabajo en el camino.
                Luego clases de historia que, vistas desde el enfoque mundial que les da Inatsa Sedai, resultan mucho más interesantes que las lecciones que nos daba mi tutor en Cairhien. Matemática con una hermana que siempre viste de blanco, como si el noviciado no hubiera sido suficiente para ella… esas clases siguen sin gustarme, ¿de qué me servirá encontrar el valor de x en la llaga matando engendros?
                Y luego mis clases favoritas: aquellas en las que vuelvo a ser una rosa rosada aterciopelada, brillante, luminosa… clases en las que vuelvo a ser la mujer más dichosa de toda la torre, en las que me parece que mi mala relación con los suelos y las escobas valen la pena. Estas clases no tienen una maestra fija: a veces nos enseña una hermana, a veces Iandara Sedai (lista para darle un palmetazo a cualquiera que encauce más de lo indicado), a veces una aceptada. Ya puedo abrirme al Saidar cuando lo desee; abrazar la fuente y crear bolas de luz que titilan y desaparecen (que duran más tiempo cuando estoy a solas en mi habitación), y soltarla cuando me lo ordenan, aunque eso es muy difícil. Recuerdo mi trance con Iandara Sedai, el miedo que tenía de no poder volver a abrazarla… recuerdo y me río de mí.
                Luego recuerdo las advertencias que se nos hacen cada día, esas que indican que podemos lastimarnos si encauzamos más de la cuenta, la prohibición de abrazar la fuente nosotras solas… ¡pero es que aprendemos tan lento! Quiero avanzar y ser la mejor, ¿cómo podría serlo si no practico por mí misma?
No he vuelto a cruzarme con Vathylfa, el aceptado de la Torre. Se rumorea que la han echado por su mal carácter, que está castigada siendo la escriba de la Amyrlin, que escapó de la torre porque se cansó de que no se respetara su anillo como era debido. Que haya pasado con ella no me interesa, aún podré vengarme si vuelvo a verla.
                Luego de comer me dirijo a las cocinas, donde una mujerona tan rolliza y pequeña como nuestra maestra me espera, cuchara de palo en mano para limpiar los hornos, los suelos, las ollas más grasientas… nada de lavar platos para mí: le dijeron que debía aprender a limpiar, así que aprendería mejor que sus propias pinches. ¿Que las mujeres gordas son débiles? ¡pero si tiemblo cuando esas papadas se mueven en dirección hacia mí, o cuando esa cuchara se descarga sobre algún pinche que no es lo suficientemente rápido en sus labores. Y termino más agotada que cuando me oculté en el bosque a las puertas de Caemlyn para descansar de mi largo viaje.
                Luego de como tres horas de limpiar, más clases, naturaleza, más ejercicios para encauzar… más limpiar hasta la hora de la cena. Y entonces, viene Lishain, una aceptada, a darme clases solo a mí. Me ha elegido como proyecto de algo, no sé de qué, cuando me lo explica no le entiendo. Pero me ha elegido, supuestamente, porque recién me estoy formando y aprendo rápido. Me hace hacer los mismos ejercicios de apertura a la fuente, las mismas bolas de luz, me hace hacerlas danzar; y me habla de las cinco afinidades. Sus clases son interesantes, y ella es afable, así que no importa que no entienda su proyecto, ella es feliz enseñándome, y yo bebo de sus palabras como de la fuente verdadera y pregunto todo lo que se me ocurra, como si todavía fuera una niña de 4 años.
                No he vuelto a tener sueños como el que me trajo a la torre. Aunque sueño muchas cosas, Iandara Sedai me hace anotarlo todo antes de la limpieza de mi cuarto; cuando puedo recordar cada detalle. Pero yo lo escribo luego de mis clases con Lishain, porque en la mañana hay demasiado para hacer y soy de esas pocas personas que no funciona sin desayuno. Supongo que el cansancio y el llanto por las noches no me deja volver a soñar… o tal vez le he hecho caso a esas hermanas que me han advertido que eso es peligroso aunque no me han dicho por qué lo es.

                A mí no me preocupa, aunque sigo pensando en las respuestas a ese interrogante: ¿qué es? ¿por qué es peligroso? Pero no se me permite preguntar ni hablar sin que una hermana me dirija la palabra primero. Aguardo cada día a que se me hable de ello, pero más allá de leer mis sueños, no me dicen nada… cómo sea, yo sigo aguardando, aprendiendo, limpiando, llorando. seré una Aes Sedai sabiendo que era ese sueño o sin saberlo, seré una hermana de pleno derecho y mataré engendros en la llaga con dos o tres guardianes y otras Aes Sedai. Por la luz y por mi esperanza de salvación y renacimiento, así será.

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