lunes, 5 de junio de 2017

De Reymalk. La huida de Amadicia.




De camino a Ghealdan, me puse a recordar mi huida de Amadicia. Yo vivía en Sienda, una aldea pacífica, que solo se interesaba por sobrevivir en el duro invierno, y recolectar en el caluroso verano. En una noche oscura y fría, llegaron tres capas blancas, y se instalaron en la posada “la luz de la verdad”, cuya dueña es la amable señora Jharen. Después de obtener información de ellos sobre lo que ocurría en el mundo (ya que nadie de Sienda había salido de las fronteras de Amadicia), y nos comunicaron que una legión de 50 hijos estaba en camino. Aparte de eso, solo se pusieron a charlar, sobre cómo atrapar a todos los amigos siniestros, y sobre otras cosas, que no llegué a oír. Tras emborracharse hasta lo inimaginable, se fueron tambaleantes a dormir en las austeras habitaciones que les había alquilado la señora Jharen. Yo me fui a casa después de terminar mi trabajo en la posada (mozo de cuadras), y en vez de hacer lo de siempre (irme a mi habitación y dormir), me senté con mis padres, como si presintiese que nunca los iba haber después de esa noche. Pensé:
—Por la luz, me estoy convirtiendo en un paranoico. Mis padres siempre estarán conmigo, no se irán a ninguna parte.
Un poco aliviado tras estas palabras, discutimos mis padres y yo, sobre la veracidad de la existencia de todos aquellos sirvientes del oscuro, como los trollocs, los fados, o los sabuesos del oscuro. Pasada ya la media noche, me decidí a irme a dormir, pues al día siguiente debía levantarme muy temprano, unas dos horas después del alba.
Al despertarme al día siguiente, noté cierta malignidad en el aire, y por otra parte, la aldea estaba muy silenciosa, cuando a esa hora siempre se oía el cacareo de las gallinas, los balidos de las ovejas, y los mugidos de las vacas. Solo oía a mi madre, que estaba preparando el desayuno, como siempre. Me vestí, y tras picotear un poco el desayuno (pues realmente no tenía ganas de comer), me fui de camino a “la luz de la verdad”. Cuando llegué, encontré la posada vacía (algo inhabitual), y a la señora Jharen, retorciéndose las manos en su blanco delantal.
—¡Luz!. ¡Al fin viene alguien!.
—¿Qué ocurre, señora Jharen?. Donde están nuestros clientes?.
Asomándome al establo, vi que los tres sementales de los hijos de la luz aún seguían allí, como los dejé a noche antes de irme a casa.
—¡Reymalk, una desgracia se ha abatido sobre nosotros!.
—Pero, ¿de qué está hablando, señora Jharen?.
—¡Los hijos, hablo de los hijos de la luz!.
—¿Qué pasa con los hijos?. Muy raro que no se hayan despertado, aunque pensándolo bien, no es tan raro debido a todo el vino que se han tomado ayer.
—¡Cabeza de chorlito!. Están!.
De repente, vimos a través de la puerta de la posada cómo se levantaba una nube de polvo en el horizonte.
—Serán los otros 50 hijos que estaban en camino.
—¡Luz!. ¡Estamos perdidos!.
—Pero señora Jharen, qué te pasa?. En todos los años que llevo trabajando en esta posada, nunca te he visto tan preocupada. ¿Qué pasa con los hijos?. Al fin y al cabo, casi siempre vienen por aquí para abastecerse de provisiones para el camino.
—¡Necio!. ¡Esos tres capas blancas están muer…, muer…, muertos…
—Por la luz, señora jharen, ¿qué estáis diciendo?. ¿quién los va a matar aquí?.
De pronto, oímos el piafar y los relinchos de los caballos. Cuando nos giramos, vimos a 3 capas blancas delante de nosotros , pues los otros 47 se quedaron fuera de la aldea, en su campamento, ya que la posada no podía dar asilo a todos, y era la única posada.
—Que la luz os proteja. Soy el capitán Cerdin, capitán de los hijos de la luz. Llamad a los 3 hijos que llegaron ayer aquí, debemos partir de inmediato a Ghealdan, Samara se está convirtiendo en una ciudad del oscuro con tantos maleantes y bandidos, por no hablar de amigos siniestros. ¿Y bien?. ¡Llamadlos!.
La señora jharen comenzó a retorcer sus manos en su blanco delantal, y su cara se quedó blanca, como la nieve.
—Yo…, Yo…
—Mujer, ¿es que no oís?, ¡llamadlos!.
Yo me fui para sacar los 3 caballos del establo, y con el rabillo del ojo, vi cómo el capitán Cerdin apartaba a la señora Jharen, y subía al piso superior de la posada para llamar a los 3 hijos. De repente, oí una exhalación, y las pisadas del capitán que bajaban por las escaleras, y vi cómo agarró a la señora Jharen, zarandeándola.
—¡¡¡¿Quién mató a estos 3 hijos consagrados a la luz?!!!. ¡Decidme!. La señora Jharen se puso a llorar, y fui incapaz de permanecer al margen. Mirando a mí alrededor, me di cuenta que en las alforjas de los 3 caballos, había una daga en cada una. Cogiendo una de las 3 dagas, hice el ademán de lanzarla, pero mis dedos se negaban a soltar la empuñadura del arma. Luz, nunca había matado a alguien!. Pero por otro lado, no podía dejar a la señora Jharen, a merced de ese cretino capa blanca. Día un alarido, y corrí hacia el capitán, dispuesto a hundir la daga en su espalda, pero como veterinario de batallas que era, se giró hacia mí, y me paré a penas a un metro de él. Eso imposibilitaba darle en el pecho, o en el vientre, ya que estaba cubierto de una cota de mallas.
—¿En serio piensas hundirme esa daga, campesino?. Apuesto a que nunca has hundido tu pequeña lanza en ninguna muchacha, y ya quieres pasar a las dagas. ¡Qué valiente!.
Los otros 2 capas blancas rieron socarronamente.
Olvidándose de mí, se volvió a girar hacia la señora Jharen, y eso me daba otra oportunidad de matarle. Pero no podía. Por la luz, ¡no podía matar a un ser humano aunque fuese el más despreciable del mundo. Pero debía salvar a la señora Jharen, pues el capitán tenía en la mano un cuchillo, de hoja fina, labrada en plata, mientras le hacía preguntas a la señora Jharen, y ella no podía hacer más que llorar. De repente, me fijé en las piernas del capitán. No tenían ninguna protección. Sin saber lo que hacía, y temblando por las consecuencias de ese acto, apuñalé al capitán en su rodilla izquierda, y me quedé ahí, paralizado de terror, mientras el capitán se derrumbaba sobre la señora Jharen, que al caerse, dio con su cabeza en el suelo, y se desmayó, y me quedé ahí, solo, sin la ayuda de nadie.
Aún sostenía la daga, que estaba llena de sangre, y con náuseas por lo que había hecho, la dejé caer, y el repicar de la hoja en el suelo, fue como una campana de alarma, que sonaba en mi cabeza. Al fijarme en los capas blancas, vi que sacaban sus espadas, a la vez que gritaban.
—¡Esta aldea está llena de amigos siniestros!. Primero matan a los otros 3, y ahora apuñalan a nuestro capitán por la espalda. ¡Haremos de esta aldea una gran hoguera!.
Y vinieron hacia mí, espadas en mano, dispuestos a degollarme como si fuese un cordero. Estaban a casi 6 metros de mí: 4. 3. 1. De repente, vi algo veloz que se acercaba a mí, mientras la hoja del primer hijo se acercaba a mi pecho. La veloz forma, me apartó de un empellón, y la espada penetró en su pecho. Sin verle la cara, supe quien era. Luz, no podía ser!. Ella no podía morir!. ¡Ella no!. Cayó de rodillas, en un charco de sangre que se extendía por el suelo, una sangre que corría por mis venas. Una sangre a la que yo amaba tanto, hasta el punto de dar mi vida por protegerla. Era la sangre de mi madre. El otro capa blanca se acercaba a mí, con una espada en horizontal. Iba a morir, la vida era muy injusta. De pronto, vi un cuchillo que asomaba por la garganta del capa blanca, y este se detuvo, asombrado y agonizando. Cayó al suelo, lentamente, como la pluma de un pájaro. Al caer completamente, vi a la señora Jharen detrás suya, con las manos sobre su cara, horrorizada por lo que había hecho, y mirando al otro capa blanca con temor. Este también miraba asombrado a la posadera, y cogiendo al capitán cerdin, que se hallaba inconsciente, se fue.
—Moriréis todos, amigos siniestros!. ¡disfrutad de vuestro último momentos de vida!.
Y se perdió de vista, mientras yo me encontraba en shock, ya que no podía creer cómo mi vida había dado un giro de 180 grados.
—¡Dios mío, diena!. ¡Diena, respóndeme!.
De repente, me acordé de mi madre, y fui junto a ella, que estaba con la señora Jharen. Estaba agonizando, sin que yo pudiese hacer nada por ella. Cómo iba a sobrevivir sin su cariño, sin sus consejos y sin su presencia?.
Me derrumbé junto a ella, y le sostuve una mano, mientras trataba de decirme algo, algo que no podía decir debido a su sangre. Pero haciendo un último esfuerzo, pronunció una sola palabra.
—¡¡¡Huye!!!.
Y murió en mis brazos, mientras el eco de esa palabra se extendía por toda mi mente.
Huye! Huye! Huye! Huye! Huye! Huye! Huye!…..
Vi cómo la señora Jharen se levantaba, con su rostro bañado en lágrimas, y vi cómo entraba a la posada, y salía con una bolsa.
—¡Reymalk, levanta!. Hijo, ¡ya has oído a tu difunta madre!. Que el creador la guarde en su seno hasta que llegue el momento de su renacimiento. Hijo, ten. En esta bolsa te he puesto algo de comida y algo de oro. No es mucho, pero tal vez podría sustentarte por un tiempo. ¡Reymalk, ya vienen, huye, hijo mío!. ¡Huye y vénganos!. Huye!. Huye!. Huye!........
Azuzado por el dolor, la ira, la venganza y la tristeza, me encontré corriendo hacia el norte. Me paré en una colina, apartada de sienda, y me puse a observar cómo los capas blancas destruían todo lo que me era amado en esa aldea: sus edificios, sus pacíficas gentes, sus cultivos. Luego, quemaron todo, y vi cómo un denso y espeso humo se cernía sobre “la verdad de la luz”.
Caminé por las llanuras de amadicia por el noroeste, hasta que salí a la calzada del norte. Seguí esa calzada, de camino a Ghealdan.
Y así llevo caminando, al son de la venganza y la ira, hasta que algún día, pueda avistar Ghealdan a lo lejos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario