sábado, 17 de diciembre de 2016

De Terx. La lucha por la vida


Atravieso las puertas del puente y levanto la mirada. La imponente construcción de la Torre me guía en mi camino. A ambos lados pasan individuos de toda procedencia y clase social. No me cuesta reconocerlos, gracias a los jodidos juramentados del Dragón, esa panda de delincuentes y holgazanes que aprovechan su condición para hacer lo que les da la puñetera gana. Así y todo, a los que mejor reconozco son a los domani y a los taraboneses, que junto a esos chalados con ridículas armaduras que se hacen llamar seanchan.
No hace ni un año que mi vida pasaba entre unos y otros, sobreviviendo a las penurias y al miedo a levantarte un buen día, o mejor dicho a no levantarte, con una espada clavada. No hace un año que combatía en esa guerra, todavía no sé por quién ni por qué, más que por una tierra que sólo servía para que se derramara la sangre. Sangre... esa sangre de mi madre derramada por ese cobarde juramentado. Sangre... esa sangre que yo derramé cuando traté de vengarla. Me llevo la mano a la cara y mi dedo roza la cicatriz que ese desgraciado me dejó mientras se reía de mí y me abandonaba en mitad del llano.
Desde entonces han sido muchas las ciudades, docenas las aldeas, cientos los caminos que he atravesado para llegar hasta aquí. No es ninguna buena intención la que me trae a Tar Valon, no son ínfulas de justicia ni pensamientos heroicos. Es pura necesidad. La lucha ha sido mi única enseñanza desde que nací. La lucha y la supervivencia. Y a fin de cuentas, ¿qué más da luchar por Tar Valon que por Tarabon o Arad Doman? Un muerto es igual en el este que en el oeste. Igual que un plato de comida en Shienar alimenta tanto como un pescado teariano.
con todos estos recuerdos y pensamientos, me doy de bruces con las escalinatas de la Torre Blanca. Miro de reojo la empuñadura que sobresale de mi hombro. Si combatir es lo único que sé hacer, mejor que aprenda entre los mejores. Es hora de que Terx Gowin encuentre su destino.

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