lunes, 25 de julio de 2016

El rol en canal local




Callandor es un juego de rol, como se ha dicho hasta la saciedad. La no respuesta de un personaje a otro debería interpretarse on rol. No se puede obligar a rolear, a seguir una trama, pero al menos, las acciones de un personaje o la carencia de ellas por el canal local deberían ser igualmente consideradas on rol.

Por ejemplo: Si eres una Sedai y alguien no te contesta, pensarás que es mudo o tonto, o que tiene tanto miedo de una Sedai que no puede hablar.  Pero si eres un Aiel y te encuentras un húmedo en el Yermo y no te contesta, puedes considerar su mera presencia como algo ofensivo, y según tu manera de ser, actuar de un modo u otro. Si te dicen “internet me va muy lento”, has de poder sulfurarte y decir “no entiendo esa lengua extraña”. Y si eres un Hijo de la Luz puedes ver una sombra de maldad envolviendo ese hablar extraño.

Si unos cuantos personajes actuasen así, los demás empezarían a utilizar el canal privado para decir cosas off rol cuando estén en presencia de alguien en quien no tienen mucha confianza para curarse en salud, y quizás entonces los canales de rol se respetarían un poco más.

Es utópico pretender que se rolee siempre en canales locales, pero para ser coherentes con la ayuda rol y nuestro discurso de que hay que rolear, creemos oportuno ponernos al lado de quienes lo intentan y pedir a los demás que procuren responder adecuadamente según su rol, aunque sea de una manera corta, tajante y sin más.

Ya se dijo en su día que estos conatos de roleo o micro roleos no tienen por qué estar en conformidad con la historia de un personaje. Puede darse el caso de que alguien increpe a un hermano lobo en Caemlyn y que este, on rol, esté en Caralain, por decir algo.  Por consiguiente, estos encuentros no se subirán al blog a no ser que de ellos surja un roleo completo y ambos personajes estén de acuerdo en incorporarlo a sus historias.

Y por supuesto, esto no da pie a pks indiscriminadas, mucho cuidado. No se podría aceptar que un Ogier fuera por haí matando a un Ashaman porque le ha quemado las flores… Por no decir que el consejo ogier tendría que deliverar durante almenos 200 años para llegar a la conclusión que la incineración de las mencionadas flores fué un desafortunado incidente digno de reproche y otros 200 para deliberar si sería conveniente mandar una comitiva a la torre negra para sugerir al lider de ese impetuoso grupo de humanos que se abstuviera de jugar con fuego en las cercanias de los steddings.

domingo, 24 de julio de 2016

De Xunynn. Una misión, un cambio, un giro.





A mi, y solo a mi se me había pedido que investigara el asesinato de Septienna Sedai, la propia Khalindira, Sede Amirlin, Guardiana de los Sellos me lo encomendó poco antes del funeral de Cordelia Sedai y ahora, aquí me encuentro a las puertas de la antecámara para convertirme en Sede. Yo que nunca aspiré llegar a ese puesto, yo que hasta ahora me ocupaba de educar a las pequeñas… Que será ahora de ellas?, quien las guiará?, quien corregirá sus herrores?, y lo más importante, como conseguiré mantener esta Torre en pie?, como podremos guardar a la Torre de la influencia del oscuro?, demasiadas preguntas, pocas respuestas, demasiada responsabilidad pero…, la rueda teje según sus designios, solo me queda ponerme en pie y conducir la Torre con mano dura, con inteligencia y con astucia, manteniendo el orden como aquellas que lo hicieron antes que yo.
A mi mente acuden pensamientos de otros tiempos, de otras Sedais, de otras vidas que como la mía, llegado el momento se enfrentaron a este trance y consiguieron, no sin esfuerzo, mantener a esta Torre en pié, así está, y así debe seguir.

De Xunynn. Hacia la Sede Amyrlin.


Despacho de la cabeza del Ajah Azul
Ves un escritorio tallado en el centro de la estancia, con una pila de
papeles ordenados encima.  Junto a ellos una cajita,  que posiblemente
contenga mensajes cifrados.  En frente, ves un par de comodos sillones
para aquellas hermanas que solicitan audiencia.  De la pared cuelga un
enorme e impresionante tapiz  que detalla todas las tierras del oeste.
En un rincon  poco iluminado ves un arcon,  en el que posiblemente  se
guarden  documentos importantes.  Desde este lugar  la cabeza del Ajah
Azul dirige sus redes de informacion.

Xunynn llama a la puerta, espectante  por lo que vaya a decirle Siuan. en el mensaje que le hizo llegar con la novicia no deja

entrever absolutamente nada de lo que se trate

Siuan parece distraida, aunque tiene un fajo de papeles en la mano como si estuviera revisandolos. Al oir los toques en la puerta,

levanta la cabeza con cierto fastidio.
Siuan dice 'adelante!'
Xunynn abre poco a poco la puerta y accede a la estancia, saluda a la hermana que está frente al escritorio y le hace una ligera

reverencia.
Siuan observa a la recien llegada, pero no hace ningun comentario, solo un gesto para que no se demore en protocolos

Siuan dice 'sientate, hermana, hazme el favor.' 'vamos a dejarnos de protocolos y memeces, si no te importa, el asunto es bien

importante'

Xunynn dice 'muy bien, hermana, vine en cuanto pude.'
Siuan dice 'llamame Siuan, y toma asiento'

Xunynn arrastra  una silla hasta ubicarla frente  a Siuan y se sienta, arreglándose los pliegues de la falda con elegancia.
Xunynn dice 'muy bien, siuan, por qué tanta urgencia?'
Siuan suelta con brusquedad los papeles que tenia en las manos

Siuan dice 'porque el asunto que te concierne, que nos concierne es urgente.' 'como cabeza de tu ajah he preferido convocarte

antes de que los rumores lleguen a ti solo el Creador sabe por que cauce '

Xunynn se pone  algo tensa al escuchar el tono apremiante de Siuan  y piensa oh no, que no sean malas noticias otra vez.
Siuan aparta la silla hacia atras y se levanta, dejando las palmas reposar sobre la mesa.
Xunynn fija la mirada en  la azul.
Xunynn dice 'qué pasa, siuan?
Siuan dice 'Xunynn, Khalindira va a presentar su renuncia, deja la Sede'

Xunynn se  levanta bruscamente de la silla  y apuña los pliegues de la falda con ambas manos.
Xunynn dice 'luz, qué has dicho?'qué sucede?
Siuan hace un gesto apaciguador con la mano, indicando a la hermana que tome asiento de nuevo.
Siuan dice 'no perdamos la calma. ella vino a verme para anunciarme que ya hizo lo que debia hacer por la Torre, que sin duda es

asi, y que prefiere salir al mundo con su Gaidin y hacer lo que su corazon le dice que ha de hacer.. demonio de muchacha...'

Xunynn se ajusta bien el chal sobre los hombros y vuelve a tomar asiento recobrando la compostura.
Siuan sacude la cabeza, pero en sus labios se dibuja una leve sonrisa que pronto desaparece

Siuan dice 'en cuanto la noticia trascienda, esas escorpinas se lanzaran a la caza de la Sede como tiburones sobre un banco de

atunes'

Xunynn dice 'bueno, Siuan, todos sabemos que lo ha dado todo por la torre. ha sido una gran Amyrlin. y si, llevas toda la razon en

ello '

Siuan dice 'por eso hemos de ser preccavidas y trabajar rapidamente'

Xunynn dice 'ahora debemos elegir una nueva Amyrlin. pero ...'' se ha pensado en alguien ya?
Siuan dice 'ninguna candidata que pueda postularse sera ahora una buena opcion, los ajah estan a la que salta, rabiosos cada cual

con sus problemas, que si pudieran se sacarian los ojos unas a otras. yo he pensado en una, si, por eso te he hecho llamar'

Siuan clava sus ojos azules en los de Xunynn.

Xunynn sostiene la mirada de la hermana, impasible

Xunynn dice 'yo no podría decirte quien sería mejor para ese puesto, Siuan.'
Siuan dice 'el ajah azul es el que esta en mejor disposicion para alcanzar la Sede, Xunynn. ademas, Khalindira pide un puesto en

el banco de Asentadas, quiere entrar a formar parte de nuestro ajah, y me parece un apoyo vital y poderoso para nuestro posible

mandato'

Xunynn hace un gesto de asentimiento a las palabras de Siuan y permanece en silencio.
Siuan dice 'como Selectora  Mayor, propongo que seas tu la candidata, eres nuestra baza mas importante'

Xunynn no se sorprende mucho de la propuesta, de alguna  forma  se lo esperaba

Siuan dice 'que dices a esto? estas dispuesta a asumir esta responsabilidad y a lidiar con este mar de cazones?'
Xunynn dice ' por lo que me has dicho, nadie más lo sabe.'
Siuan dice 'nadie, pero no tardara en saltar la noticia'

Xunynn dice 'nos  reclamarán por no haber dicho nada y guardarnos la información para nosotras en algo tan delicado. estoy

dispuesta, hermana, pero necesitaré de todo vuestro apoyo. Será una ardua tarea.

Siuan rie sin ganas con cierto ademan cansado.
Siuan dice 'ellas no sabran que conociamos este hecho, y si preguntan, vere el modo de responder sin enturbiar las aguas'

Xunynn dice 'lo preguntarán e indagarán, que no te quepa duda.'
Siuan dice 'no te faltara apoyo, pero deberas tener cuidado de quien lo recibes, sabes que algunas de nuestras hermanas estan en

franca inquina con hermanas de otros ajah y harian lo que fuera por interponer sus intereses a los de la Torre. por lo demás,  

eso dejamelo a mi, Xunynn, soy experta en desviar intenciones y habladurias.' 'solo preciso de tu consentimiento y tu voluntad

para ponernos en movimiento'

Xunynn dice 'está bien, hermana, yo estoy dispuesta a tomar  el timón  de este barco, e intentar guiarlo por aguas tranquilas.

Xunynn sonrrie con franqueza a siuan

Siuan esboza una sonrisa que no llega a sus ojos.
Siuan dice 'tenemos mucho por hacer, Xunynn, por de pronto, actua como si no supieras nada, dedicate a tus menesteres hasta que la

antecamara se ponga en ebullicion. ten en cuenta que la transicion sera muy rapida, Khalindira no esperara ya mas tiempo, tiene

firme la decision y solo el creador sabe lo impulsiva que puede llegar a ser'

Xunynn dice 'oh luz, qué rápido se dan las cosas. en tan poco tiempo... '

Siuan asiente con un gesto de cabeza.
Siuan dice 'ahora ve, y pon tu mejor cara de haber recibido una reprimenda, no quiero que especulen todavia'

Xunynn dice 'una buena noticia es que Khalindira pase a nuestro ajah.'
Siuan dice 'ciertamente.' 'pero temo que la veremos bien poco'

Xunynn dice 'que quiere irse a recorer  mundo? es comprensible, desde muchacha tuvo muchas responsabilidades '

Siuan dice 'asi es'

Xunynn dice 'muy bien, estaré donde siempre, esperando noticias.'
Siuan sale de detras de la mesa y espera a que xunynn se levante para aconmpañarla a la puerta.
Xunynn se levanta , y con paso firme se dirige a la puerta despidiéndose de siuan.
Siuan dice 'que la luz te proteja, Xunynn'

Xunynn dice 'que la luz te proteja, Siuan.  'espero noticias, hermana.'
Siuan regresa al escritorio y recupera los papeles que estaba repasando.
Xunynn sale de la habitación cerrando la puerta tras de si.

jueves, 21 de julio de 2016

De Velahiz. Un nuevo comienzo.



Esas necias chicas de… ¿dónde?; ah, sí, de “Dos Ríos”, repasó mentalmente Velahiz al tiempo que soltaba una aguda y placentera risita; “bien, las campesinas (concretamente Jerilin, Marisa y Larine), tendrán que aguardar pacientemente el momento en que Verin o Alanna Sedai decidan visitarlas y, una vez al tanto de la situación, intenten por fin desbloquear la puerta de la habitación desde fuera”.
De pronto reparó en que había hablado en voz alta, y una mujer delgada de altos pómulos y oscuros ojos rasgados la miró con curiosidad mientras ingresaba en la Ciudad Interior.
Engañando a una de las camareras, Velahiz se las había ingeniado para obtener la llave del cuarto y bloquear la puerta antes de que las chicas que descansaban dentro tuviesen tiempo de arruinar sus planes. Inmediatamente se había marchado con la excusa de llevar un recado por orden de las aes sedai, quienes últimamente estaban más pendientes del supuesto dragón renacido que de vigilar a las novicias.
En aquellos días, Velahiz se había ocupado de averiguar todo cuanto estaba a su alcance espiando tras las puertas, e investigando rumores en la sala común antes de decidir iniciar su partida, pues no deseaba dar un sólo paso en falso, pero aunque el viaje a Tar Valon se había retrasado más de la cuenta, la joven no estaba dispuesta a arriesgarlo todo dejando pasar más tiempo del estrictamente necesario.
Finalmente lo había conseguido, ya estaba fuera.
Tan sencillo como salir a dar un paseo, así había resultado la temida y esperada huída de la posada “El Sabueso de Culain”, aunque la chica estaba convencida de que aquello no era más que el principio; un principio, tomando en cuenta los esfuerzos que aún debería realizar para alcanzar sus objetivos.
El siguiente paso consistía en escapar de la ciudad sin despertar sospechas, algo que seguramente le acarrearía unos cuantos “dolores de cabeza”.
Inhalando profundamente por la nariz, la muchacha llenó sus pulmones del aire caliente que apenas percibía en una ligera brisa, y se detuvo junto a una fuente de aguas cristalinas para refrescarse. A continuación se distrajo durante unos largos instantes contemplando las maravillas de la gran ciudad:
Las elegantes torres y cúpulas blancas, doradas y purpúreas, aparecían recubiertas de azulejos que reflejaban la luz del sol en un sinfín de tonalidades, elevándose en abruptas pendientes que abarcaban la totalidad de su campo visual.
La joven pensó que este hermoso sitio no era más que un refugio pasajero para ella, pues muy pronto las aes sedai repararían en su ausencia y enviarían a alguien que la llevase de regreso a la posada si no se marchaba cuanto antes de aquel lugar.
Debía pensar con rapidez e idear un buen plan que la sacara del embrollo en el que se había metido por su propio pie, aunque de momento no se le ocurría ninguna idea que resultase lo bastante buena como para ejecutarla sin tomar demasiados riesgos.
Se sentía cansada y las piernas le temblaban bajo el ridículo vestido de lana gris que había encontrado entre las pertenencias de Marisa Ahan, la joven con la que solía compartir su cama por las noches. La camarera había elogiado su vestimenta unos minutos antes de partir, y Velahiz hizo el esfuerzo de sonreír mientras comentaba, con aire despreocupado, que la prenda era un bonito obsequio de Larine, quien no paraba de insistir en que probase la comodidad del resistente y buen tejido de Dos Ríos.
La joven volvió a sonreír imaginando la cara que habría puesto Samia al verla de esa guisa, por no mencionar la gruesa trenza que le sujetaba el cabello, pendiendo por su espalda hasta más abajo de la cintura.
Definitivamente y pese a las modificaciones que había intentado imprimirle a escondidas, el horrendo vestido no se parecía en nada a los que Velahiz acostumbraba a lucir (por lo general atractivas ropas de procedencia domaní), y sin duda en otras circunstancias no habría escogido aquel peinado. Sin embargo, el sacrificio de cambiar su atuendo se debía simplemente al hecho de que no deseaba llamar la atención entre los transeúntes, y probablemente nadie la recordaría si caminaba por la ciudad vistiendo como una inocente campesina.
“Sólo una necia pretendería huir de las aes sedai”, susurró mientras secaba el sudor de su frente con un pañuelo pequeño.
En fin, prefería ser una necia a una infeliz prisionera de la Torre Blanca, fregando suelos y ollas y con el trasero lleno de verdugones, tal era lo que le había explicado Alanna que sucedía con las jovencitas que osaban desobedecer las órdenes de una hermana.
La muchacha vagó durante largo rato inmersa en sus propias cavilaciones, hasta ingresar casi instintivamente en un establecimiento llamado “El Cisne de Plata”.
Se trataba de un sitio lujoso que superaba los tres pisos de altura, y en la sala común los clientes disfrutaban de toda clase de juegos y divertimentos.
Sobre un bonito escenario, un cantante entonaba distintas melodías, y en un acogedor rincón un bardo contaba historias a los más pequeños. El hombre le recordaba a su tío, aquel juglar que tantas cosas le había enseñado cuando era niña, y que si bien no tenía con ella un vínculo de sangre, ocupaba un lugar primordial entre los escasos recuerdos felices que la joven aún se resistía a borrar de su memoria.
Como si fuese capaz de leer sus pensamientos, el bardo le sonrió al tiempo que hacía ondear la capa repleta de coloridos parches frente a sus ojos.
Velahiz intentó relajarse. Colocó una silla junto a la chimenea apagada y se dejó caer sobre ella, permitiéndose tomar una jarra de hidromiel que la joven camarera le tendía en una bandeja.
Siguiendo un repentino impulso, la muchacha le pidió al juglar que recitara “La Gran Cacería del Cuerno”, y al cabo de unos cuantos minutos se encontró conversando animadamente con él, al tiempo que le enseñaba los complicados malabares que recordaba haber aprendido en su infancia. Su infancia…, unos tiempos que a pesar de su corta edad, le parecían hoy tan ajenos y distantes…
Finalmente, entre copas y sonrisas, Velahiz consiguió olvidar su afán por desaparecer de la ciudad y sus problemas con las aes sedai, y únicamente prestó atención a los sabios consejos que el hombre le brindaba en actitud afectuosa, aunque insistiendo fervientemente en perfeccionar el accidentado truco de la chica con aquellas bolas de colores.


De Khaledrath. Historia III.



El viaje hasta Amadicia no careció de otros incidentes. Se mantuvieron 
al oeste de Caemlyn y abandonaron el bosque cerca de Cuatro Reyes. De 
allí, tomaron el camino del sur y a marchas forzadas pronto cruzaron la 
frontera y entraron en Murandi. Ramsein le contó a Khaledrath que se 
trataba de un reino débil aunque fértil y podría resultar próspero bajo 
una dirección firme y adecuada. Los Hijos de la Luz marchaban relajados 
pues al parecer el rey tenía poco poder y los nobles gastaban todas sus 
fuerzas en pelearse unos contra otros por pedazos de territorio o de la 
capital, Lugard.
--Algún día los Hijos cruzarán el Eldar y el Manetherendrelle y pondrán 
orden en estas tierras, más, por el momento nosotros no tenemos nada 
que temer.
Cruzaron el Manetherendrelle en una gran balsa plana que tuvo que hacer 
varios viajes para cruzar a hombres y caballos. El barquero fue 
largamente recompensado, pero además resultó ser uno de los hombres al 
servicio de los Hijos y aportó información a Théomund que pareció ser 
muy de su gusto.
La travesía por las colinas del Muro de Garren fue larga y algo tediosa 
y se cruzaron con tan solo algunos viajeros y mercaderes que traficaban 
con sus productos entre Murandi, Andor y Ghealdan.
Entraron en esta nación sin novedad, y Khaledrath observó que algunas 
gentes los rehuían o los miraban con mal disimulado desagrado mientras 
que otros los saludaban y los jaleaban. Al parecer, los Hijos estaban 
extendiendo su influencia hacia aquel pequeño reino y la opinón de sus 
habitantes estaba dividida al respecto.
En Samara, la primera ciudad de importancia que Khaledrath veía desde 
que abandonara su hogar en el norte, Théomund les consiguió pasaje en 
un barco que hacía el trayecto fluvial hacia el sur. Pocos días después 
desembarcaron en Amadicia y enseguida Théomund despacho mensajeros 
montados que portaban cartas con informes y nuevas de las tierras del 
norte.
En cuanto a Khaledrath, partió con algunos hombres y Galdrak bajo un 
sol ardiente hacia las llanuras del centro del país.
Les llevó algunas jornadas cruzar las resecas llanuras donde pacían 
grandes rebaños de ovejas y se desparramaban algunas aldeas de 
pastores.
Al atardecer del último día vislumbraron una fortificación robusta e 
impoluta que se alzaba sobre un altozano en medio de la llanura pelada.
--Tu destino mocoso -gruño Galdrak acercándose a caballo-. Uno de 
nuestros centros de entrenamiento. ¿Pensabas que ibas a ser recibido en 
Amador por el mismísimo capitán general? Pues en vez de eso tus 
próximos años de vida transcurrirán en uno de los nidos de ratas más 
execrables de toda nuestra orden. Veremos si sobrevives al 
entrenamiento.
Guardias de capa blanca y cotas de malla bruñida les abrieron las 
puertas de roble aherrado y les dieron paso al patio empedrado.
Fue grande la sorpresa de Khaledrath cuando se enteró de que no era el 
único huérfano recogido por los Hijos. Al parecer. aquel fuerte no solo 
servía de base de operaciones a la orden, si no que también oficiaba como 
campo de entrenamiento.
La fortificación se elevaba sobre una colina poco importante que 
dominaba las llanuras amadicienses y la muralla cuadrada formaba la 
parte trasera de los edificios. En torno al patio se distribuían 
cocinas, establos, barracones y los aposentos de los oficiales, 
incluyendo los calabozos de la fortaleza.
Además de él otras cuatro docenas más de muchachos desarrapados 
recogidos a lo largo y ancho de las tierras Occidentales, formaban el 
grupo de aspirantes a Hijos de la Luz. Mendigos, huérfanos, rateros, 
ladrones, hijos segundones o hijos de campesinos que no podían mantener 
a más familiares se amontonaban en los barracones.
Pero no había distinción entre ellos. Daba igual su ascendencia o 
nacionalidad. Todos recibieron la misma túnica blanca (la capa deberían 
ganársela) la misma espada embotada, casco, peto, escudo y cinturón de 
cuero con vaina y un par de botas de cuero corriente. Todos se sentaban 
a la misma mesa y comían el mismo rancho, espartano y simple pero 
nutritivo y de calidad. Y todos ellos deberían actuar como un solo 
hombre si algún día llegaban a vestir la capa blanca.



El entrenamiento de Khaledrath comenzó con una sorpresa desagradable. 
Al alba del primer día, se los llamó a formar en el patio cuando aún el 
alba no era más que un tenue halo luminoso en el este. En el patio de 
entrenamiento, erguido junto al estafermo, vestido con la cota de malla 
gris, la mano enguantada sobre la empuñadura de la espada los esperaba 
su maestro de armas: Galdrak en carne y hueso.
El entrenamiento fue duro desde el principio, y no hizo más que 
aumentar en rudeza y exigencia.
Los aprendices se levantaban con el alba y debían de tener su equipo 
listo y reluciente para pasar la revista y formar en el patio en pocos 
minutos. La menor mácula en armas y armaduras era duramente castigada 
hasta el punto de que una hebilla mal abrochada equivalía a pasar un 
día sin comer. Los castigos corporales eran más raros, aunque el látigo 
hacía a veces aparición, especialmente por faltas de respeto, 
reales o imaginadas hacia un superior. Y superiores eran todos aquellos 
que vestían la capa blanca, desde el último y más joven soldado hasta 
los oficiales con el nudo o las estrellas.
A menudo Galdrak los despertaba en plena noche y los obligaba a partir, 
perfectamente equipados, en largas marchas nocturnas por las agrestes 
llanuras amadicienses en jornadas que podían durar entre dos horas y 
día y medio y tras las cuales caían agotados en sus camastros. El 
equipo que se les cedía no era útil en combate, pero el peso era 
realista y las armas eran funcionales para el combate pese a ser 
difícil que alguien resultara muerto o herido de gravedad.
Se les entrenó en el uso del arco y la lanza a pie, y tras algunos 
meses de practicas de equitación se les comenzó a enseñar el manejo de 
la lanza de caballería. Pero lo que más tiempo les demandaba era el 
combate con espada y sus diversas técnicas, y durante largas horas, 
lloviera, helara o hiciera sol, el resonar de las espadas y los escudos 
inundaba el patio y las estancias del fuerte.
Más adelante comenzaron a luchar en conjunto, formando una sola 
compañía o un par de ellas que se enfrentaban, y los castigos para los 
perdedores eran lo suficientemente intensos como para que todos se 
esforzaran en resultar el bando vencedor. No todos ellos fueron capaces 
de soportar el entrenamiento. Algunos fueron lesionados de gravedad y 
otros murieron, y unos pocos huyeron. Siempre que esto sucedía un par 
de jinetes hábiles en el manejo del arco partían con veloces caballos 
de refresco y antes o después regresaban, y nunca se volvía a mencionar 
el nombre de los desertores sopena de recibir una buena sarta de 
latigazos.
Aún así, Khaledrath se sentía cómodo en aquel ambiente, y cuando los 
moratones, hinchazones y heridas no le permitían dormir, clavaba los 
ojos en el techo de madera y recordaba los cadáveres de su familia. Y 
este pensamiento le hacía olvidar el dolor hasta que se dormía.
Los años pasaron deslizándose como la hoja de una espada bien afilada 
entre las costillas de un enemigo y cinco años más tarde Khaledrath y 
sus compañeros, menos de la mitad de quienes habían comenzado el 
entrenamiento, estuvieron listos para entrar a formar parte como 
reclutas de los Hijos de la Luz, aunque, según Galdrak, culpable de no 
pocas deserciones por sus brutales métodos de entrenamiento, no servían 
ni para matar a un comerciante cairhienino borracho, aunque esta 
comparación probablemente fuese destinada a ofender a los reclutas de 
este reino, bastante numerosos gracias a las guerras con Andor que 
habían dejado no pocos huérfanos en las riberas del Alguenya.
La ceremonia fue larga y solemne, y los juramentos largos y 
complicados, pero pronto unos veinticinco jóvenes desfilaron con 
ataviados con cota de malla, tabardo blanco con el sol grabado y una 
pulcra capa de lana blanca virgen. Las espadas que recibieron eran de 
buen acero, funcionales y perfectamente equilibradas aunque exentas de 
todo adorno. Y tenían un filo cortante.
A partir de aquel momento los reclutas recibían una pequeña paga por 
sus servicios y fueron distribuidos a lo largo y ancho de Amadicia, 
asignados a distintas compañías y regimientos. En el caso de Khaledrath 
y media docena más se quedaron en el fuerte aunque comenzaron a 
patrullar y llevar a cabo misiones de poca importancia bajo la atenta 
supervisión de los soldados de pleno derecho y los oficiales de bajo 
rango.
El entrenamiento se reanudó con más intensidad si cabe, puesto que a un 
recluta se le exigía más que a un simple novato que no pertenecía 
siquiera a los Hijos, y todo recluta debía de ser lo suficientemente 
hábil como para ser aceptado como soldado de los Hijos, es decir, la 
masa principal de los guerreros de la orden.
A los entrenamientos militares se les unió el adoctrinamiento bajo los 
auspicios de los llamados Interrogadores, aunque rara vez se les 
llamaba así en voz alta. Para el joven Khaledrath, con un odio ya 
enraizado y un ansia de venganza que a veces lo torturaba, las 
diatribas contra las brujas de Tar Valon y todos aquellos capaces de 
encauzar le llegaron muy hondo y prendieron un fuego en su corazón que 
ardía con viveza. Sus visitas a algunos pueblos altaraneses de la 
frontera y el caos reinante que percibió contrastaban vivamente con el 
orden y la pulcritud de las aldeas amadicienses y se convenció, ayudado 
por su instrucción, de que los Hijos eran la única Luz que podía poner 
orden en el mundo, sacudido por la maldad, la avaricia, la codicia, el 
egoísmo y la decadencia.
Fue así, que, tanto por dentro como por fuera, tanto empuñando las 
armas como esgrimiendo el ideario de la orden, Khaledrath se aproximó al 
día en que pasaría de ser un simple recluta a un soldado de la 
caballería de los Hijos. Un paso más en su ascenso hacia un poder que le 
permitiría una venganza adecuada a sus deseos.

De Khaledrath. Historia II.



Durante semanas cabalgaron hacia el sur en largas y duras jornadas 
donde mantenían las cabalgaduras al trote durante horas aunque 
haciendo frecuentes pero breves descansos. Esta forma de avance 
resultaba agotadora pero no tanto como cabría esperar y les permitía 
avanzar con gran rapidez. Casi todo el tiempo lo hicieron por tierras 
agrestes, evitando los caminos principales, especialmente cuando 
entraron en el reino de Andor.
--En Saldaea tenemos muchos amigos, pues la lucha contra la Sombra nos 
une con los fronterizos -le comentó Emereth- pero con Andor... -sonrió 
y se encogió de hombros- sus relaciones con las brujas de Tar Valon 
provocan cierta animadversión entre la reina y nuestra muy amada orden y 
conviene que nuestra presencia pase desapercibida.
Emereth de Árbol Alegre era el nombre del bardo que lo había defendido 
frente a Galdrak. Peculiar y hablador hasta lo extravagante, había sido 
una compañía reconfortante entre los severos soldados amadicienses. 
Khaledrath había escuchado con asombro la historia del bardo, un primo 
del rey de Amadicia y se había sentido feliz de contar con tan poderosa 
compañía. Al menos hasta que Emereth pasó de ser un amadiciense de 
sangre real a considerarse hijo de uno de los grandes señores de Tear 
un día, y amante de la dama cabeza de una de las familias más 
influyentes de Caemlyn. Lo había tratado con exquisito respeto, algo que 
parecía ser muy de gusto del bardo hasta que Galdrak los interrumpió 
para dar una breve, concisa y clarificadora explicación sobre la 
certeza de los orígenes maternos del bardo y la imposibilidad de trazar 
su línea paterna.
Esto terminó con las pretensiones nobiliarias de Emereth, pero este no 
renunció al título de Árbol Alegre y así parecían conocerlo todos.
Pese a los embustes y exageraciones del bardo, este demostró ser una 
fuente inagotable de información. Montado en una yegua gris, pequeña, 
nerviosa y ágil, recorría la columna rasgueando el arpa y levantaba el 
ánimo con sus canciones. Por otra parte, Galdrak resultó ser un 
personaje de cierta importancia. Hosco, despiadado, poco comunicativo, 
ácido y mordaz, pero se lo tenía por un excelente guerrero.
En cuanto a Ramsein, duro y resistente y parco en palabras, resultaba 
poseer una brusca amabilidad y tosca afabilidad que pronto fue muy del 
gusto de Khaledrath. Lo veía pocas veces, pues se pasaba gran parte de 
tiempo explorando el terreno por delante del contingente o deshaciendo 
el camino para comprobar si alguien los seguía.
En cuanto a Théomund, era el líder de aquella misión y se lo tomaba muy 
a pecho. Era inflexible con sus hombres pero contaba con su respeto y 
aprecio pues, según pudo colegir Khaledrath por los comentarios de sus 
hombres, era un guerrero tenaz y honorable.
La pérdida de su familia era aún reciente, y pesaba sobre él como una 
losa de piedra, fría e inamovible, pero pronto sintió que comenzaba a 
formar parte de otra familia aún más grande.



El sol comenzaba a hundirse en el oeste más allá de la masa de árboles 
del bosque de Braem. Khaledrath estaba sentado junto a un arroyo sobre 
cuyas aguas susurrantes los árboles formaban un túnel umbrío. Los pies 
cansados y descalzos se balanceaban en el agua fresca y el sueño lo 
rondaba.
Se encontraban a un cuarto de jornada de Caemlyn, no lejos del camino 
real y a petición de Emereth los había acompañado a una reunión que en 
aquellos momentos y desde hacía ya rato tenía lugar en el claro.
Théomund charlaba en voz baja con dos hombres vestidos a al estilo 
andoreño, aunque uno de ellos parecía de origen noble mientras que el 
otro vestía como un herrero. Habían intercambiado noticias en voz baja y 
luego Théomund les había tendido una bolsa tintineante mientras ellos 
le entregaban varios pergaminos sellados entre reverencias y señales de 
respeto.
Khaledrath no supo que se decían pero Emereth le contó en susurros que 
se trataba de dos de los amigos que los Hijos tenían en Caemlyn y que 
luchaban a su manera por la causa. A Khaledrath aquello le sonaba a 
espionaje, pero calló.
--Gentes como esas nos informan de los movimientos de Amigos Siniestros 
y en particular de lo que traman las brujas de Tar Valon. Andor es un 
gran reino pero largo tiempo atrás cayó en las garras de las hechiceras 
de Tar Valon y estas rara vez sueltan aquello que cae bajo su poder. No 
obstante, la noche se nos echa encima y deberíamos volver al 
campamento. ¿dónde se habrá metido Ramsein?
Ramsein había partido tras la llegada de los andoreños sin decir 
palabra y aún no había regresado.
--Ah, por fin, parece que esta alegre y ruidosa reunión toca a su fin. 
Vamos, muchacho. -y así diciendo el bardo se separó del árbol en el que 
se apoyaba y se dirigió hacia el centro del claro donde Théomund y los 
dos andoreños se estrechaban las manos entre despedidas y muchas 
llamadas como "que la Luz os guarde" y frases de similar naturaleza.
Khaledrath se reincorporó y usó la capa para secarse los pies. Luego se 
puso las botas, se las ató y se dirigió hacia sus compañeros.
Uno de --Que la Luz os ilumine, amigos -Exclamó Emereth en voz alta 
mientras arpegiaba con gran maestría el arpa-. Recordad que los Hijos 
siempre son justos con quienes han encontrado la luz y lucha por su 
causa.
Uno de los andoreños, el que vestía como un herrero alzó la mano a modo 
de despedida sin volverse y siguió avanzando hacia el sendero que los 
levaría al camino real y tras unos pasos se dejó caer en el suelo. La 
siguiente flecha se clavó a dos palmos de Théomund y la tercera pasó 
rozando la cabeza de Khaledrath.
Todos se quedaron inmóviles y el silencio reinó sobre el claro.
--Suelta la empuñadura de la espada, capa blanca -advirtió una voz- si 
veo un solo palmo de acero fuera de la vaina, no volverás a tener 
oportunidad de empuñar un arma ni de hacer ninguna otra cosa. Soltad 
los cinturones y que yo los vea caer al suelo muy, pero que muy deprisa.
Tanto Théomund como el noble, que portaba una elegante espada al cinto 
soltaron las hebillas, Theomund de muy mala gana y el noble con gran 
presteza.
--Bardo, eso va también por ti. Prefiero presentarle capas blancas y 
traidores a la reina, bien vivitos y coleando antes que arrastrar 
cadáveres hasta Caemlyn. Ah, eso está mejor -Emereth había soltado 
también el cinto y la fina espada de empuñadura dorada rebotó 
blandamente sobre el suelo cubierto de hojas-. Y ahora todos bien 
quietecitos mientras vemos que lleváis y os atamos.
De entre la maleza surgieron varios hombres de mala catadura, vestidos 
con capas raídas y justillos de cuero. Llevaban los arcos preparados y 
al cinto armas de todo tipo. Uno de ellos exhibía un feo costurón que 
trazaba un ancho y rugoso surco pardo entre la poblada barba rubia de 
la mejilla izquierda y le desaparecía bajo el cuello del sucio jubón. 
Al cinto llevaba una daga y una maza y en la mano portaba un arco de 
tamaño medio. La capucha de la capa oscura caía hacia atrás, cubriendo 
el carcaj.
--Capas blancas en Andor y lo que es más, cerca de Caemlyn. ¿¿veníais a 
gozar de la belleza de nuestra muy amada reina o a disfrutar de la 
hospitalidad y el abrigo de nuestras posadas? -se mofó-.
--Y a deleitar los oídos de los nobles andoreños con la música del 
mismísimo Emereth de Árbol Alegre -el susodicho sonrió ampliamente al 
recién llegado y tañó el arpa distraídamente-.
--Bajad las armas y nos apiadaremos de vosotros. Los Hijos de la Luz 
son compasivos -dijo Théomund clavando sus ojos en los del bandido-.
Éste calló por unos momentos mientras sus hombres mantenían los arcos 
alzados. Luego se echó a reír estruendosamente.
--Piedad, dice. Pedídsela a la guardia real cuando os entreguemos a 
ella. En cuanto a nosotros, quizás sirváis para obtener el perdón real 
por... ciertos pequeños percances con avaros mercaderes que circulaban 
por el camino real. Hace tres días la guardia cayó sobre nuestro 
campamento y dio muerte a tres de los míos pero la vida del perseguido 
es incómoda y breve. No me gustaría abandonar estas tierras y prefiero 
el perdón y una buena bolsa de oro.
--Repito, rendíos y en la Luz no hallaréis más que piedad -dijo 
Théomund-.
El bandolero avanzó con paso decidido hacia Théomund y le cruzó el 
rostro de un revés.
--Cierra la boca, capa blanca, no estás en la maldita Amadicia. 
Líbranos de tus sermones. -Théomund palideció y sus ojos echaron 
llamas. Sucedió un silencio interrumpido tan solo por el murmullo de 
una paloma salvaje entre los árboles que bordeaban el claro. Théomund 
permaneció inmóvil y Emereth pulsó una serie de notas vibrantes en 
orden ascendente. La paloma volvió a arrullar y la mirada del bardo y 
la de Théomund se cruzaron.
--Vamos... vamos mis queridos y violentos amigos. ¿¿A qué tanta rudeza? 
Sentémonos, hablemos y lleguemos a un acuerdo antes de que nadie salga 
herido. ¿No sería mejor que recibierais un pequeño obsequio por las 
molestias que os habéis tomado para acortar la vida de ese buen hombre 
de ahí -señaló con el arpa al  herrero tumbado boca abajo sobre un 
manto de hojarasca enrojecida por la sangre. y que cada cual siga su 
camino? Yo podría escribir una canción sobre la gallardía de vuestra 
figura, la nobleza de vuestro noble rostro y la bravura de vuestros 
actos y hazañas.
--¿MI gallardía, ¿eh? -el bandolero bajó la mano a la empuñadura de la 
daga mientras su rostro deforme se contraía de rabia- Eres un 
mequetrefe pagado de sí mismo e insolente, teniendo en cuenta que mi 
vida está en tus manos. Por cierto, ese arpa debe de tener un buen 
precio, fijaos en las incrustaciones que tiene. Robby, quítasela.
El bardo retrocedió unos pasos hacia Khaledrath mientras tañía algunas 
notas dispersas. La paloma volvió a arrullar, esta vez más cerca aún y 
Théomund se tensó.
--¿Por qué privar a un bardo de su sustento, mis nobles caballeros? -se 
escandalizó Emereth regando la pregunta con un largo y complicado 
arpegio interrogante. Sería un...
--Dame esa basura -gruñó el esbirro del bandido acercándose con una 
espada corta en la mano-.
--En fin... -el bardo suspiró y tañó su instrumento un par de veces 
con firmeza, como dando por concluido el asunto-. Si mi señor así lo 
ordena....
Tendió el arpa al bandido mientras se inclinaba en una profunda 
reverencia y extendía la mano derecha hacia abajo en un gesto garboso.
El malhechor se inclinó para coger el arpa y en ese momento Emereth se 
alzó como un resorte y una daga relampagueó en su mano, salida de 
ninguna parte y cercenó de un hábil tajo la garganta del criminal que 
soltó la espada y se echó las manos al gaznate abierto de lado a lado 
mientras gorgoteaba horriblemente. El surtidor de sangre golpeó a 
Khaledrath en la cara de refilón.
En ese mismo momento, Théomund se abalanzó sobre el jefe de la 
cuadrilla y lo arrojó al suelo.
--Matadlos -rugió este asestándole un brutal puñetazo a su atacante-.
El bandolero que registraba al noble desenfundó su daga y lo apuñaló en 
el estómago con saña haciéndolo retroceder. Los demás empuñaron sus 
arcos en medio de una algarabía generalizada, pero uno de ellos dejó 
caer el arco y se llevó las manos a la garganta donde había crecido un 
astil de plumas verdes. Otra flecha se incrustó en la pierna de un 
bandido ancho como un tonel que cargaba hacia Khaledrath espada en mano 
y lo hizo caer de bruces al suelo con un grito que se vio bruscamente 
interrumpido cuando el puñal del bardo se le hundió en la nuca con un 
chasquido seco. Khaledrath retrocedió espantado y dos de los hombres se 
abalanzaron sobre él, tal vez por hallarse en la primera ruta de escape 
que vieron libre. Uno de ellos esgrimió un garrote que Khaledrath logró 
evitar apenas lo suficiente como para que solo lo derribara al suelo. 
El brazo izquierdo comenzó a arderle como el fuego. Otra flecha detuvo 
al siguiente hombre cuando se abalanzaba sobre él con una maza con 
pinchos alzada para aplastarle el cráneo y lo tumbó de espaldas. El 
bandido del garrote levantó este para atizarle de nuevo pero una figura 
baja y achaparrada se interpuso de súbito y el garrote chocó con la 
hoja de una espada ancha.
Théomund por su parte había sido rechazado por una serie de patadas y 
golpes de su adversario pero había recuperado la espada larga y con 
ella en la mano se defendía de dos contrincantes que le lanzaban 
garrotazos y machetazos con saña. El criminal que había sido derribada 
por la flecha de Ramsein, pues era este quien había surgido de pronto sin 
saberse de donde, se levantó trabajosamente y lo atacó por detrás pero 
cayó de bruces cuando el bardo lo zancadilleó y la daga se le hundió hasta 
la cruz bajo la oreja haciéndolo patalear sobre la marga del 
suelo mientras se desangraba entre toses repletas de sangre. Ramsein 
asestaba tajos con violencia a su atacante que los paraba como podía 
con su grueso garrote. La espada se quedó atascada en la gruesa madera y 
le fue arrebatada. Ramsein replicó pateándole al bandolero la rodilla 
de la pierna izquierda que tenía extendida hacia adelante. Se oyó un 
crujido chasqueante y el hombre trastabilló gritando de dolor. Ramsein 
saltó sobre él y lo derribó, arrebatándole el garrote con el mismo 
movimiento con espada y todo.
Théomund desplegó una admirable técnica de esgrima. La brillante espada 
larga formaba un muro de acero frente a sus tres atacantes, pues el 
jefe ya se había unido blandiendo maza y espada. Paraba golpes, 
retrocedía, se detenía y volvía a retroceder y utilizaba de vez en vez 
el brazo guarnecido de grueso acero esmaltado para detener algún golpe. 
De pronto se adelantó con osadía y rapidez, y la espada entró a fondo, 
recta y algo inclinada hacia arriba, hundiéndose un par de palmos bajo 
el esternón de uno de sus atacantes que lo miró y se dobló sacudido por 
arcadas y vomitando bocanadas de sangre mezcladas con restos a medio 
digerir. Aquello casi le cuesta el pellejo a Théomund pues la maza del 
cabecilla describió un arco y le acertó de pleno en el yelmo haciendo 
que se tambaleara.
Emereth mientras tanto había sacado otra daga y arrojó ambas con 
movimientos raudos y expertos. Una se le hundió a un de los atacantes 
de Théomund en el costado y la otra le acertó al cabecilla en el muslo.
Aquello dió tiempo de sobra a Théomund para recuperarse y desarmarlo de 
dos sendos golpes. Luego retrocedió y gritó:
--¡Rendíos o no quedará uno con vida! La Luz os sabrá perdonar!
El primero en rendirse fue el oponente de Ramsein que veía como su 
propio garrote se preparaba para aplastarle la cabeza. Tras él y desde 
el suelo el hombre herido por la daga de Emereth aulló su rendición. El 
jefe intentó huir pero Théomund saltó tras él y le asestó un golpe 
brutal en la parte posterior del cráneo con el pomo de la espalda que 
lo hizo caer de rodillas. Luego le asestó una patada con la pesada bota 
en la cabeza y el bandolero se desmadejó en el suelo con un suspiro.

Los cuatro hombres supervivientes yacían atados en el suelo junto a una 
roca cubierta de musgo a un lado del claro, cerca del arroyo.
El olor de la sangre y las vísceras derramadas impregnaba el lugar y 
uno de los caídos resollaba agonizante y pedía agua. A una señal de 
Théomund, Ramsein lo degolló sin darle mayor importancia.
--Y así es la guerra, chaval. -gruñó Ramsein mientras limpiaba las 
armas con la capa de uno de los caídos-. Sucia, cruel, traicionera y 
llena de sangre y malos olores. Las capas blancas, por muy honrosas que 
sean, pronto se tiñen de carmesí igual que el resto.
--¿Qué van a hacer con ellos? -preguntó Khaledrath señalando a los 
prisioneros. Uno de ellos, el que tenía la herida en el estómago había 
comenzado a llorar, estremecido por el dolor-.
--A ese al menos, no le queda mucho tiempo. Esa herida.... cosa fea. 
-terminó de limpiar la daga y se puso en pie, devolviéndola a la 
funda-. Nunca permitas que te metan un acero en el estómago. Los jugos 
gástricos se te desparraman por dentro y te derriten las tripas poco a 
poco. Es algo muy doloroso. Ese desgraciado debería de haber muerto ya.

Partieron con los reos maniatados sobre sus propios caballos. Eran 
animales malos, de tiro. Estaban a poca distancia de allí. Ramsein los 
había encontrado y había deducido a que clase de gentes pertenecían y 
cuando volvía para avisar a sus compañeros se los había encontrado 
cercados por los bandidos. Por fortuna, él y el bardo tuvieron tiempo 
de comunicarse utilizando señas preestablecidas y la emboscada se había 
vuelto contra los bandidos.
Los cadáveres de los dos andoreños habían sido dejados allí junto con 
el resto de los cadáveres aunque todos habían sido desprovistos del 
dinero y cualquier aspecto que los identificara. Aquello pasaría por 
otro ataque de bandidos y nadie podría sospechar que en Andor había 
amigos de los Hijos.
Llegaron al campamento y los soldados formaron a las órdenes de 
Théomund.
El juicio fue breve.
Los reos fueron puestos en hilera y el Hijo de la luz les lanzó un 
intenso discurso sobre lo inadecuado de asaltar a gentes desarmadas en 
los caminos y obrar fuera de la ley.
Los bandidos escucharon con temor aunque el herido había sido 
amordazado para acallar sus crecientes gritos. Aún así gemía de forma 
apagada y sufría estertores de dolor a los que nadie prestaba atención.
--Quizás no seáis culpables de haber llevado una vida apartada de la 
Luz -continuó Théomund mirando a los malhechores-. Vuestros actos son, 
sin duda alguna, fruto de un mundo injusto en el que la necesidad 
aprieta a campesinos y a todos aquellos que no son de baja cuna. 
Mientras vuestros señores banqueteaban en sus palacios, con el 
beneplácito de las brujas de Tar Valon, ¿quién se ocupaba de que 
vosotros tuvierais cobijo y un sustento? De no haber sido así quizás no 
os habríais vistos arrastrados a la delincuencia y la crueldad. Todo, 
en suma, no sois responsables de vuestros actos. Las fechorías 
acometidas tan solo son fruto de las maquinaciones del Oscuro y sus 
lacayos de Tar Valon. -se detuvo y observó a sus hombres y luego a los 
prisioneros que callaban atentos-. Por tanto, yo Théomund y todos los 
Hijos de la Luz aquí presentes os ofrecemos nuestro más sincero perdón.
Los bandidos se relajaron, algo aliviado. Siguió un silencio.
-Habéis de saber que la Luz está en todas partes, y donde no está, 
nosotros la llevamos -Théomund alzó la voz- En nombre del Capitán 
General de la sagrada orden de los Hijos de la Luz, yo, Théomund os 
sentencio a morir por decapitación. Que la Luz se apiade de vuestras 
almas y el Creador os ofrezca su misericordia.
Los bandidos comenzaron a gritar y suplicar mientras el herido se 
convulsionaba intentando librarse de sus ligaduras.
--No temáis, pues lo que os aguarda más allá de la muerte no es el 
castigo, si no el perdón. Hijo Galdrak, tenéis el honor de asistirlos 
en este sagrado trance.
Galdrak se adelantó con otros cuatro soldados y los reos fueron 
arrastrados entre pataleos hasta un tronco derribado. fueron forzados a 
arrodillarse pero algunos no se estaban quietos y uno de los Hijos se 
vio obligado a atontarlos con el astil de la lanza.
Galdrak extrajo de la vaina un mandoble pesado sobre el que se había 
mantenido apoyado durante el juicio y uno por uno, fue apagando los 
sollozos de los bandidos con firmes tajos.
El silencio reinó en el bosque tras la ejecución y Khaledrath se dejó 
caer en el suelo, a medias horrorizado, a medias asqueado.
Unos pasos se le acercaron por detrás y una mano ruda pero amable le 
agarró el hombro.
Se volvió y observó el rostro de Ramsein.
--Gentes como estas fueron las que acabaron con tu familia, no lo 
olvides. Si se los hubiera dejado con vida ahora mismo tendríamos a 
media guardia real de Andor tras nuestros pasos. Nadie ganaría nada, 
todos acabaríamos muertos o prisioneros y estos malhechores 
continuarían libres para seguir con sus fechorías. Es justo y es bueno 
que hayan sido castigados.
--Pero el hijo Théomund dijo que....
--Sí, sí... que estaban perdonados. Y así es, cuentan con nuestro 
perdón. Pero no con el del Creador, apostaría. Si continúas con 
nosotros deberás de acostumbrarte a la muerte. La muerte es una amiga y 
fiel compañera para cualquier guerrero. ¿sigues deseando cumplir tu 
venganza?
Khaledrath se quedó inmóvil. Los cadáveres decapitados yacían en un 
confuso montón medio cubiertos por la maleza amontonada. Los hijos 
estaban levantando el campamento y todo en derredor el bosque de Braem 
se extendía solitario. No tenía a nadie más en el mundo.
--Sí -replicó con firmeza-.

De Khaledrath. Historia I




La sed lo torturaba. Lo torturaba más aún que el hambre que le roía el 
estómago como una rata colérica, más aún de la pesada viga de roble que le inmovilizaba el pecho, más aún que el montón de

cascotes 
en cuyas entrañas reposaban sus piernas, dolorosamente torcidas.
Sentía la garganta como el cuero agrietado de una silla de montar tras 
un día de cabalgata bajo el sol estival.
Gracias a la Luz, la viga que lo atrapaba se apoyaba sobre otros 
restos, pues, de lo contrario, yacería aplastado en medio de las ruinas quemadas de lo que había sido su hogar durante los últimos

siete años. 
Estaría yerto, rígido frío como una piedra más. Sería un cadáver, como 
los que lo rodeaban. Como el resto de su familia, como su padre, madre 
y hermano.
No los veía, pero sabía que estaban allí. Tal vez fuera mejor así, tal 
vez él también hubiera debido de morir,, pues la vida tal como la había conocido había sido bruscamente destruida.
Cerró los ojos  e intentó de nuevo librarse de las ligaduras que le 
sujetaban las manos, pero no tuvo éxito. Al fin y al cabo, su padre 
estaba muy acostumbrado a trabar las patas de los caballos de la granja y donde hacía un nudo nadie era capaz de deshacerlo.
Pensó en renunciar a todo esfuerzo y en dejarse morir, no debía de 
faltar mucho ya.
Lágrimas perezosas se escurrieron por debajo de los párpados y trazaron claros senderos sobre el polvo y el hollín que le cubrían

las mejillas.
El viento murmuraba en las hojas de los árboles que rodeaban la casa 
destruida y siseaba entre las ruinas.
Aquello le recordó su infancia, hacía tiempo que no le venía a la 
mente.
Recordó el viento meciendo los árboles de las avenidas de Caemlyn.
Recordaba una gran ciudad dorada, enorme a sus ojos como solo podría 
serlo para un niño de tres años.
Las bulliciosas calles, avenidas y plazas repletas de gente, los 
buhoneros, los gritos de los vendedores ambulantes, el traqueteo de los carros.
Recordó los días en que paseaba con su madre y su hermano y ella le 
contaba historias antiguas sobre la nobleza y bravura de las reinas de 
Andor y de la legendaria valentía y disciplina de los ejércitos 
andoreños.
Recordaba haber llegado hasta la puerta oriental y haber mirado a los 
altos guardias rubios con el león de Andor en la sobreveste que 
vigilaban la entrada a la ciudad.
Recordó su gallardía, su noble apostura y recordó como siempre le 
hacían pensar en que nadie podría traspasar aquellas puertas mientras 
aquellos hombres las defendieran.
Recordó haberse sentido orgulloso de que su padre fuera uno de ellos. Y  no uno cualquiera, el jefe, el comandante, el general...

o lo que 
fuera.
Años más tarde, cuando tuvo algo más de entendimiento, supo que su 
padre era un oficial de rango más bajo que alto, uno entre muchos y ni 
con mucho el más importante.
Había sido feliz en Caemlyn, pese a no tener muchos recuerdos. Sobre 
todo recordaba haber vivido en una casa grande, con dos criados y un 
patio interior con una fuente. Recordaba el patio, la fuente y las 
naranjas. Su madre se las pelaba y se las partía en gajos, dulces y 
sabrosos, frescos como el murmullo de la fuente.
¿cuándo habían empezado a torcerse las cosas?
Ahora sabía que todo había empezado cuando Ragarith enfermó.
Al principio, su hermano mayor solo sufría leves jaquecas, vómitos, 
dolores de estómago y sobre todo y por encima de todo, pesadillas 
estremecedoras que lo hacían despertarse gritando y bañado en sudor. Las pesadillas no lo dejaban dormir, e iban a peor.
También empezaron a suceder cosas malas aunque para un niño de tres 
años la conexión estaba más allá de su corto alcance.
Las cosas se rompían cuando Ragadith estaba cerca, especialmente 
cuando se acababa de despertar de una pesadilla particularmente 
aterradora.
En un par de ocasiones la ventana del cuarto que ambos niños compartían estalló como si alguien hubiera lanzado una piedra desde

la calle, pero nunca se encontró la piedra.
Una mañana, el baúl en que guardaban sus ropas apareció con las 
bisagras y los cerrojos metálicos soldados, como si siempre hubieran 
formado una sola pieza.
Una noche en que su madre entró a la carrera, atraída por los gritos de ragarith, lo encontró en pie sobre la cama, con los ojos 
desmesuradamente abiertos y aullando a algo invisible que lo dejase en 
paz, que no se lo llevaría.
Su madre lo tocó, trató de agarrarlo para abrazarlo, pero el niño se 
sobresaltó como si lo hubiera picado una avispa, y su madre se vió 
catapultada hacia atrás, estampándose contra la pared.
Lo peor había sido la noche en que Khaledrath se despertó y vio a su 
hermano sentado en la cama, sudoroso, pálido y tembloroso. Tenía los 
ojos cerrados y se mecía atrás y adelante y, de pronto, el cofre de 
madera que había junto a la pared ardió. No fue algo paulatino, como 
cuando se enciende una hoguera. En un instante el cofre de madera 
estaba intacto, y al segundo siguiente unas llamas feroces lo envolvían y lo devoraban con ferocidad.
Desde entonces los hermanos durmieron en habitaciones separadas y todo 
mueble u objeto combustible fue cuidadosamente retirado de la 
habitación de Ragarith.
Fueron tiempos breves, pero malos. El miedo imbuía la casa y a sus 
padres como una mortaja y los paseos por Caemlyn casa eran cada vez 
menos frecuentes.
Todo terminó de forma abrupta una noche.
Su padre había entrado en casa como un vendaval dando órdenes con una 
voz que Khaledrath nunca había oído. Sonaba distinto, ajeno. Ordenaba 
con tono de jefe, de mandar sobre guardias altos que guardan puertas de 
ciudades y que parecen invencibles.
Ragadith y Khaledrath fueron despertados, levantados y vestidos a toda 
prisa.
Solo cogieron un puñado de ropa que metieron en un atillo 
apresuradamente. Su padre rebuscó en el arcón grande, sobre el que 
solía colgar la espada y bajó las escaleras cargando un talego de cuero 
que parecía pesado. La espada iba colgada del cinturón, algo inaudito. 
Iba cubierto por una capa oscura, pero bajo ella vestía el peto de la 
guardia e iba equipado con brazales, yelmo y grebas.
Ver a su padre dispuesto para la batalla fue lo que más lo alarmó, pero 
el miedo era tal que no se atrevió a llorar.
Salieron de Caemlyn en plena oscuridad por la puerta del oeste. No fue 
fácil.
Al principio, su padre intercambió unas cuantas palabras con los dos 
soldados de guardia e incluso hubo risas por ambas partes. Luego el 
tono se fue tornando cada vez más brusco y cortante. Los guardias 
abrieron una de las hojas  pero preguntaron algo que su padre no supo o 
no quiso responder.
El intercambio verbal fue subiendo de tono y finalmente su padre agachó 
la cabeza y pareció ceder. Los guardias se volvieron y comenzaron a 
cerrar la puerta pero entonces sucedió algo horrible, algo inaudito, 
algo que un niño de tres años no podía concebir ni comprender.
Su padre se acercó de prisa a los guardias vueltos de espaldas. Una 
hoja cruel relució a la débil luz de las antorchas y se oyeron sendos 
gorgoteos.
Nadie dijo nada, pero Khaledrath pudo ver el charco de sangre creciendo 
que se extendía alrededor de ambos cuerpos mientras él y su familia se 
escurrían entre las dos hojas apenas abiertas y huían, noche adentro, 
como los criminales en los que se habían convertido.
Aquello no estaba bien. Un jefe de guardias altos e invencibles, no 
podía matar a los guardias altos e invencibles a los que comandaba.
Sin que nadie lo viera, Khaledrath lloró y el viento nocturno lamió sus 
lágrimas con fría suavidad mientras las luces de su hogar quedaban 
atrás.
Fue un viaje duro del que no le habían quedado recuerdos salvo frío, 
mucho frío, cansancio y hambre, y el rostro pálido de su madre 
mirándolo desde arriba, el pelo rubio ahora deslucido, enmarañado y 
sucio, y su padre, cada día más macilento y pálido. Se despertase a la 
hora que se despertase, su padre estaba siempre despierto, sentado 
junto a la hoguera, con la espada sobre las rodillas y los ojos 
clavados en la oscuridad circundante.
Su hermano deliró un par de veces, pero pareció mejorar con el viaje.
Y así era como habían llegado a lo que siempre consideró su hogar.
Su padre había utilizado parte del contenido del pesado talego para 
comprar una pequeña granja a un día de Maradon. El talego había dejado 
de pesar tanto, pero la granja estaba rodeada de una hilera de nogales 
y cerezos y su padre había agrandado el establo con sus propias manos.
Había comprado algunos caballos y con esto el talego prácticamente 
había quedado vacío.
La espada y la armadura habían quedado olvidadas. La espada sobre la 
chimenea y la armadura encerrada en las profundidades de un arcón.
Su padre ya no era el arrogante soldado de la reina de Andor que había 
sido. Las manos se le habían encallecido aún más por el duro trabajo del 
campo, y tanto él como su madre estaban curtidos y castigados por el 
sol, pero la vida había sido buena.
Ragadith había mejorado y las pesadillas se hicieron cada vez más 
intermitentes hasta casi desaparecer. Hasta casi desaparecer, pero aún 
pervivían.
Y las cosas extrañas seguían sucediendo y su hermano había crecido cada 
día más silencioso y extraño. A veces se quedaba con la mirada perdida, 
observando cosas que solo él podía ver y otras podía predecir ciertas 
cosas. No cosas importantes quizás, cuando iba a llover, cuando iban a 
tener la visita de un buhonero o de algún vecino cercano, pero esas 
cosas ocurrían y con el tiempo Khaledrath supo que solo hubo una vez en 
que Ragadith no supo predecir la llegada de forasteros y nunca tuvo la 
oportunidad de volver a hacerlo.
Todo parecía tranquilo. Era un día luminoso de otoño y el sol alejaba 
los fríos del norte. El invierno aún parecía lejano.
Su padre acababa de llegar de la venta de caballos otoñal y los 
beneficios habían sido buenos. Khaledrath lo vio llegar desde el pajar, 
donde se encontraba amontonando el heno de la última cosecha. vio como 
su padre llegaba a caballo y entraba en la casa, dejando el caballo 
atado a una estaca y sabedor de que su hijo Ragadith lo llevaría a la 
cuadra.
Ragadith apareció cinco minutos después, arreando a las ovejas y 
metiéndolas en el redil. Luego, con total tranquilidad guardó el  
caballo y entró a su vez.
Khaledrath siguió su tarea y fue entonces cuando, por uno de los 
ventanucos del lado opuesto al frontal de la casa, vio llegar a unos 
jinetes a campo través.
Eran cinco. Tres mujeres y dos hombres. Los hombres iban armados, con 
capas muy distintivas  y espadas de diferentes tipos.
Las mujeres tenían algo extraño que hizo que Khaledrath se alarmara.
Bajó corriendo del pajar e irrumpió   en tromba en casa. Sus padres 
palidecieron cuando les describió al grupo que se aproximaba y Ragadith 
quedó inmóvil, espantado, sacudido por temblores.
--No hay escapatoria -le dijo su padre a su madre-. No huiré más.
Tanto Khaledrath como Ragadith habían sido entrenados por su padre en 
el uso de la espada pero éste no quiso ni oír hablar de que lo 
apoyaran.
Recordaba que su padre había mirado por la ventana y había visto a los 
cinco desconocidos que se acercaban a pie a la casa, inexorables. 
Observó con temor creciente a una de las mujeres, que vestía un chal 
rojo.

Khaledrath había entrado en su cuarto y estaba ciñéndose la espada al 
cinto cuando un golpe tremendo lo hizo caer.
Lo siguiente que recordaba fue despertar bajo aquella viga, bajo los 
restos destruidos de su hogar.
Lloró, gritó, se desgañitó y se despellejó las manos intentando 
levantar la viga que lo aprisionaba y luego cayó en un estado apático 
en el que permaneció durante horas.

La graba crujió bajo unos pasos firmes y unas voces se llamaron entre 
sí.
--Parece que han muerto todos -dijo una voz de tono acerado y claro-.
--No todos -replicó otra voz más áspera y cortante- Hay un chico bajo 
aquella viga, le he estado observando antes de traeros y está vivo. Los 
otros de ahí deben de ser sus padres.
--Que Galdrak  te ayude a sacarlo. Puede que sepa algo sobre lo que ha 
pasado aquí.
--¿Lo que ha pasado aquí? -se mofó la primera voz- Está muy claro, 
Theomund. Las brujas han estado aquí y han hecho de las suyas. Esta 
casa era sólida antes de derrumbarse y esas marcas... de ahí y... de 
ahí.... eso solo lo puede haber hecho alguno de sus maleficios.
Khaledrath notó como la viga se movía y el dolor le recorrió el torso 
cuando el asfixiante peso disminuyo. Tosió roncamente mientras el polvo 
formaba una nube que le impedía ver.
Unas manos fuertes y poco gentiles lo agarraron de los sobacos y lo 
sacaron a tirones de debajo de los escombros.
Tosió y se limpió los ojos y se encontró mirando la cara severa de 
corta barba negra de un hombre bajo, fornido y curtido, vestido con una 
armadura de cuero y armado con una espada ancha al cinto y un arco a la 
espalda.
Junto a él, un hombre alto y nervudo vestido con una cota de malla gris 
y una capa blanca algo deslucida dejó caer la viga que aprisionaba a 
Khaledrath y lo miró como si todo aquello fuera culpa suya.
--¿Eran tus padres, chico? -le preguntó señalando detrás de sí-.
--Sí -susurró conmocionado-.
Su padre yacía con la espada rota en la mano y con el peto abollado y 
mellado aún puesto. Parte del metal parecía haberse derretido y la 
sangre coagulada colmaba los orificios perfectamente redondos que lo 
atravesaban. La muerte de su madre le pareció clara, o quizás algún 
recuerdo volviera a su memoria de forma paulatina. Abrazaba el cadáver 
de Ragadith y una flecha de plumas verdes los unía en el  postrer 
abrazo.
De su hermana no había rastro alguno.

--Sí, chico. Tu madre intentó salvar a tu hermano con su último 
aliento. - el individuo vestido de cuero se volvió a un hombre alto y 
de aspecto severo-. ¿Nos lo llevamos, théomund?
Théomund vestía una bruñida cota de malla larga, brazales de acero 
esmaltado y un peto de acero espejado sobre la cota en cuyas hombreras 
resplandecían rayos plateados cincelados sobre el metal. Una capa de 
deslumbrante lana blanca como la nieve le ondeaba en pliegues sobre la 
armadura, sujeta por un broche en forma de sol dorado sobre el hombro 
izquierdo.
--Enséñanos las manos, muchacho -dijo el tal Théomnund-.
Khaledrath extendió los brazos y abrió las manos. Los cayos que la 
empuñadura de la espada le habían dejado a fuerza de empuñarla durante 
sus largos entrenamientos eran perfectamente visibles.
--Solo una espada deja esos cayos. Mira a ver que puede hacer, 
Galdrak.-dijo théomund al hombre vestido de malla gris-.
Éste asintió y sonrió complacido.
Acto seguido le asestó a Khaledrath un revés con una mano enfundada en 
malla que lo hizo caer sentado al suelo.
--Levántate y mátame si aún te quedan redaños, mocoso -le espetó-.
Khaledrath se enfureció apenas, la pena lo ahogaba demasiado como para 
sentir ira.
--Trae eso, Ramsein. Debe de ser suyo.
El hombre embutido en cuero había sacado de entre los escombros una 
espada larga en una vaina negra con el cinto de cuero enrollado 
alrededor.
Khaledrath la reconoció, era su espada.
Ramsein se la arrojó sin decir palabra a Galdrak, quien la atrapó con 
la mano izquierda por la parte media de la vaina y la desenvainó con 
soltura con la mano derecha, acercándose la hoja a los ojos.
--Já, no es mala para pertenecer a un mocoso lloriqueante. Buen acero 
de las forjas de Caemlyn, apostaría yo. Tómala, mocoso, y muéstranos si 
eres digno de recibir un plato de comida diario.
Diciendo esto se la arrojó a khaledrath con la empuñadura por delante. 
Éste no se inmutó y la empuñadura le golpeó la frente dolorosamente. 
Miró el cuerpo de sus padres mientras sentía como la sangre se le 
acumulaba en un enorme chichón.
--Lo que digo, un simple mocoso sin agallas. Supongo que tu miserable y 
cobarde padre era igual, por eso lo mataron como se mata a un cerdo en 
otoño. Cualquier idiota podría haberse encargado de un par de brujas y 
sus mascotas, pero al parecer tu padre excedía a cualquiera en idiotez, 
torpeza y sobre todo, cobardía.
La cara de su madre tenía la palidez que solo la muerte proporciona, y 
un grueso hilo de sangre seca colgaba de sus labios.
--Tu madre debía de ser una ramera de muy baja estofa para aparearse 
con alguien así, ¿no es cierto?
Su mano saltó y abrazó la empuñadura del arma en un gesto metódico, 
entrenado miles de veces. Se incorporó de un salto y abatió el arma de 
punta, directamente hacia el abdomen de aquel desconocido cuyas 
palabras le taladraban la mente dolorida.
Galdrak casi fue sorprendido por lo súbito del ataque. El casi 
consistió en propinarle un soberbio puntapié en la cadera que mandó a 
Khaledrath al suelo. Rápido y ágil, debido a la práctica, se levantó y 
se puso en guardia de nuevo, pero Galdrak ya tenía la espada en la mano 
y su sonrisa burlona se había ensanchado aún más.
--¿qué es esto? El hijo de un cobarde y una ramera sujetando una 
espada. Cuida de no cortarte, mocoso.
Khaledrath atacó esta vez con mesura y cuidado, tal cual le había 
enseñado su padre. Procuró aislarse de sus emociones y se dejó llevar 
por la técnica.
Amagó al vientre de nuevo pero en pleno movimiento apuntó su hoja hacia 
el muslo de Galdrak, donde la arteria recorría la pierna. La abertura 
que la cota de mallas tenía para facilitar los movimientos del hombre 
cuando montaba a caballo le daba la posibilidad de acertar en su 
objetivo.
La guarda de su contrincante, no obstante, se desplazó hacia abajo a la 
par que su hoja y su arma fue desviada aún más hacia abajo, lo que casi 
le obligó a soltarla.
Retrocedió de un salto y volvió a atacar, esta vez dirigiendo un golpe 
alto, hacia la cabeza. La espada de Galdrak volvía a estar allí y su 
sonrisa amenazaba con dividirle el rostro.
Retirando la espada giró, y saltó de costado intentando 
desequilibrarlo, y asestó a la par una estocada paralela al movimiento 
de su cuerpo, pero su oponente simplemente se echó atrás dejando la 
pierna derecha estirada y Khaledrath  tropezó con la improvisada 
zancadilla y rodó por el suelo, aunque consiguió no soltar la espada.
Recibió un duro puntapié en una pierna y se levantó como pudo justo a 
tiempo para detener con su arma el golpe brutal de Galdrak.
No volvió a atacar más. La lluvia de golpes, estocadas, puntapiés y 
mandobles que le llovió fue tal que no pudo hacer otra cosa que 
esquivar, parar y fintar como mejor pudo. Comenzó a sudar mientras que 
su oponente parecía seguir igual de fresco y recio. Varias veces no 
pudo detener los golpes y la espada se detuvo a pocos centímetros de su 
cuerpo en lo que pudo ser un golpe mortal.
Un insólito e inadvertido arpegio musical vino a acompañar el combate, 
y a continuación algo golpeó a Galdrak en la cara. Este blasfemó, 
desarmó de un revés a Khaledrath, cuya espada rebotó estrepitosamente 
varios metros más allá, retrocedió unos pasos y se frotó el pómulo 
derecho con vigor.
--Deja ya al pobre muchacho, mi risueño y jocoso Hijo Galdrak, ya has 
demostrado sobradamente que eres más hábil combatiendo que un mozalbete 
de diez años. La Luz guarde e incremente tu consumada habilidad de 
espadachín durante luengas eras.
Ambos combatientes se volvieron hacia la templada voz que hablaba con 
un tono tan desenfadado.
Un hombre bajo y delgado como un junco, de pelo dorado, ojos azules y 
rostro agraciado y risueño se erguía al borde de las ruinas.
Iba vestido con ropas elegantes aunque funcionales y una ampulosa capa 
de vivos colores le caía garbosamente a la espalda.
Sostenía una pequeña arpa dorada sobre la cadera izquierda y en la mano 
derecha hacía rebotar una daga como la que yacía a los pies de Galdrak.
--Bardo insolente.... -escupió Galdrak- Algún día te borraré esa 
sonrisilla de un bofetón que haga rodar todos esos preciosos dientes 
por las Tierras del Oeste de una punta a otra.
--Sí, sí, mi querido Galdrak. Pero hoy no. Ahora, sé gallardo y deja al 
muchacho en paz.
--Nos lo llevamos-Convino -Théomund- que había permanecido impertérrito 
y atento observando a los contendientes y al que no parecían hacer 
mella la discusión de dos de sus hombres.. Queda bajo vuestro cuidado. 
Os doy tres minutos para que intercambiéis maldiciones, chanzas y 
agudezas. Quiero partir hacia el sur lo antes posible.-y esto diciendo 
giró sobre sus talones y se alejó a paso firme-.

--Cómo te llamas, muchacho? -preguntó Ramsein con un tono rudo pero 
bajo el que se percibía cierta dosis de amabilidad y respeto-.
--Khaledrath.
-Bien, Khaledrath. Seré conciso. Tus padres han muerto, tu hermano ha 
muerto y tú no tienes casa, ni hogar ni posesiones ni familiares. Las 
brujas de Tar Valon te lo han quitado todo. ¿te gustaría vengarte?
--Sí -susurró el aludido con fervor-.
--Entonces vendrás con nosotros. Yo soy Ramsein, explorador y miembro 
de pleno derecho de los hijos de la Luz. El que se va por allá es 
Théomund Sargento de la orden de los Hijos de la Luz.
--Y contra lo que cabría esperar -añadió el hombre del arpa- no se ha 
tragado una espada ni nada parecido.
--Te ofrecemos una vida dura -continuó Ramsein-. no te faltará nunca 
comida, refugio ni sustento pero habrás de entrenarte muy duro a 
cambio. No regalamos limosnas. Y tu mayor recompensa será contar con 
miles de hermanos que darían la vida por ti, aunque tú también estarás 
dispuesto a entregar tu vida por ellos si fuese necesario. La Luz está 
de nuestra parte y los Amigos Siniestros que sirven a la Sombra son 
nuestros únicos enemigos. Las brujas de Tar Valon son una banda de 
Amigos Siniestros de la peor calaña que uno pueda encontrarse. Si 
aceptas vestir la capa blanca, podrás hacerles pagar muy caro sus 
maldades. ¿aceptas?


Tres horas más tarde, Khaledrath montaba uno de los caballos 
recuperados de las tierras de su padre. Los otros se habían unido al 
rebaño que el contingente de una treintena  de Hijos de la Luz conducía 
con gran trabajo hacia el sur, hacia las tierras de Amadicia para 
incorporarlos a su caballería de élite. A su alrededor, marchaban 
jinetes armados y vestidos con cotas de malla. Las capas blancas 
ondeaban a su espalda y por delante aguardaba un largo viaje hacia la 
venganza.