viernes, 27 de mayo de 2016

De Velahiz. Un destino confuso.





Durante casi dos años Velahiz vagó por desconocidos parajes, pueblos y ciudades extrañas, valiéndose únicamente de su inteligencia, su belleza y (sería absurdo no admitirlo) su suerte.
Con ánimo de ganarse el sustento, en aquellos días no le incomodó hacer las veces de criada que se humillaba para servir con eficiencia a un rico mercader, portadora de un mensaje que alguien le encomendara desde lejos, o bien la compañía femenina de algún hombre solitario que ocasionalmente se cruzaba en su camino.
A menudo su suerte la abandonaba y el sol la sorprendía luego de pasar frías noches a la intemperie, o durmiendo sobre un montón de paja seca en los establos malolientes de una sucia posada.
Inevitablemente, a veces también la embargaba un sentimiento de repentino temor al recordar las palabras de aquella mujer, la mujer de mirada penetrante y majestuoso porte que pretendía llevarla a esa tal..., a la Torre Blanca, para entrenarla como si fuese un maldito animal salvaje. Ella había dicho que eran pocos los casos en que una mujer capaz de encauzar el poder único sobrevivía sin haber aprendido a controlar y utilizar su don. La desconocida había insistido hasta el punto de convencer a Samia para que enviase a Velahiz a realizar estudios en la lejana y misteriosa Tar Valon. Aquella bruja era una aes sedai, ahora lo sabía. Velahiz había conocido a otras como ella durante su interminable trayecto por diferentes pueblos y ciudades del mundo.
La joven siempre procuraba huir de esa clase de mujeres, pues temía que intentasen llevarla con ellas a esa torre de la que tanto se hablaba y a la que supuestamente pertenecían.
“¡La luz te confunda!”, susurró dirigiendo sus caóticos pensamientos a la aes sedai que había descubierto su capacidad de encauzar. “¡Sobreviviré!. . . Por todos los demonios, ¡no moriré a causa de este absurdo don!”.
“En caso de que fuera cierto que ella poseía ese don, capacidad o lo que fuese”, pensó mientras extraía sus últimas reservas de pan y carne seca que guardaba en la bolsita, pendiendo de su cinturón.
No hacía mucho tiempo atrás, alguien le había comentado que las aes sedai no mentían, y dicho recuerdo sólo contribuyó a aumentar sus preocupaciones y temores.
Si aquella mujer hablaba con sinceridad, entonces quizá lo mejor sería hallar alguna forma de aprender a dominar ese poder; al menos lo suficiente como para evitar hacerse daño a sí misma. Buscaría la manera de hacerlo; no tenía la menor idea de cómo lo haría, pero aprendería a encauzar el poder único.


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