lunes, 23 de mayo de 2016

De velahiz. Orígenes.



Según cuentan algunos rumores, Velahiz nació en Tanchico unas horas después de que sus padres extranjeros arribaran allí en una embarcación procedente de Bandar Eban.
 Se cuenta que éstos eran viajeros cazadores del cuerno, oriundos de regiones lejanas y para muchos, desconocidas.
 En efecto, su madre había sido una huérfana altaranesa, y su padre un joven shienariano con ansias de ver mundo, a pesar de haberse criado y preparado casi únicamente para librar combates en las tierras fronterizas, tan próximas a La Gran Llaga.
 Hay quienes cuentan que la mujer inmigrante falleció al dar a luz; otros afirman que ésta tenía la facultad de encauzar el poder único, y que murió tiempo después haciendo mal uso del mismo, sin nadie que fuese capaz de guiar sus pasos en aquellos extraños menesteres.
 Lo cierto es que, tras la muerte de su madre, Velahiz fue entregada a una comerciante domaní llamada Samia, quien se hizo cargo de ella tras la desaparición del progenitor.
 Según afirmaba la mujer, el shienariano llevaba tiempo huyendo de unos hombres conocidos como “hijos de la luz”, quienes lo acusaban de estar prestando servicios al oscuro.
 Fuera como fuese, la niña abandonada creció junto a Samia entre las calles de Bandar Eban, y ella le enseñó las costumbres domani y muchas otras cosas que la jovencita jamás olvidaría.
 Al cumplir 16 años de edad y a través de una extraña amiga de Samia, Velahiz fue puesta al corriente de que, pese a no querer aceptarlo de ningún modo, ella también poseía la capacidad de encauzar el poder. . ., “el poder único de la fuente verdadera” (así lo había expresado la misteriosa visitante).
 Con el claro propósito de protegerla y sin hallar una segunda alternativa, la domaní decidió enviar a la chica hacia Tar Valon, a fin de que recibiera los correspondientes aprendizajes y pudiera algún día convertirse en una aes sedai.
 Aterrada por esa absurda idea y profundamente decepcionada de la mujer que la había criado, la muchacha tomó todo el oro que pudo robarle y huyó rápidamente de su hogar.
 Se recordó a sí misma que era tarabonesa y que nada tenía que ver con los domaní, ni con la ciudad que la había visto crecer, y pronto halló la forma de regresar en un navío hacia Tanchico.
 Sin embargo, poco duró su estadía en ese horrible sitio lleno de miseria y conflictos. Muy pronto Velahiz descubrió que, con excepción de los velos transparentes, los vestidos y las numerosas trenzas que daban su aspecto tarabonés a las mujeres, no había nada que realmente le gustase de aquel lugar, por más hermoso que pudiera haberle resultado en un principio.
 De modo que, haciendo uso del oro que aún poseía y otro tanto que pudo obtener mendigando y robando en las calles, partió tan rápido como le fue posible hacia otras tierras insospechadas, pero que quizá pudieran ofrecer un futuro lleno de aventuras y ciertamente más interesante que la vida que había llevado hasta el momento.

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